
Creer acaso que la democracia, concepto hoy sumamente espurio y difuso, sea en verdad posible dentro un sistema capitalista es una quimera encubierta para hacernos pensar que en las condiciones actuales los cambios son posibles. Si nos quedamos con la concepción que para los griegos tenía la democracia,como mecanismo de elección directa y participativa en donde todos sus habitantes son libres e iguales ante la ley, notaremos que en la visión capitalista, en cambio, opera el Scarcity Principie, donde la escasez relativa de los bienes es lo que a larga fija los precios y con ello su distribución, aplastando de paso el equilibrio social; lo importante aquí no será cuán satisfechos quedemos todos, sino que cuanta plusvalía se obtenga a través de su circulación y consumo, concentrando al máximo la riqueza de aquellos que detentan el capital y globalizando descaradamente los costos. Para ello hoy existen los denominados TLC (el nuevo soma del siglo XXI), generando así la simbiosis perfecta entre estos dos inseparables aliados: la clase política, encargada de entretenernos con sus disputas concentrando así los aplausos y las críticas, y los grupos económicos, quienes realmente mueven los hilos de esta nueva corporatocracia.