Tuesday, October 31, 2006

El feliz edén de la copia


Lyotard1 define la impostura posmoderna en términos de una progresiva deslegitimación de los metarrelatos, donde los principales referentes ideológicos, culturales, políticos y religiosos han comenzado a ser derrumbados por la incredulidad y el escepticismo, motivando así una ruptura con los tradicionales ideales del mundo moderno.
De este modo, los partidos políticos, la iglesia, las instituciones educativas e incluso, las tradiciones históricas, pierden autoridad y protagonismo, opacadas por un individualismo aparentemente nihilista y autorreferente.
En este contexto, el “saber” ya no se legitima bajo el prisma de una moral del conocimiento, sino en términos absolutamente pragmáticos, es decir, ya no importa como un fin en sí mismo, sino que más bien opera como moneda de cambio cuyo destino final, según Lyotard, es su libre circulación para luego ser vendido, como fuerza de producción.
En una sociedad donde los contenidos crecientemente se han informatizado, la administración del conocimiento tiende a descentralizarse, y la función de reproducir y regular aquellos saberes queda en manos de los usuarios autómatas, quienes terminan distribuyéndolos en el espacio virtual.
Bajo este nuevo escenario, ¿cuál es el rol ético que nos compete como usuarios dentro de la cibercultura? ¿Hasta qué punto la libertad con la que nos desenvolvemos dentro de ella vulnera los derechos de las restantes colectividades e individuos?
En primer término, hay que decir que la modernización de los marcos regulatorios dentro de estas “supercarreteras” se ha convertido en el gran desafío de los nuevos tiempos, dada la difícil misión de compatibilizar puntos de vistas tan disímiles como la ética del hacker, la de las grandes corporaciones, o la que se deriva de modelos de patentamiento tales como el copyright o el copyleft.
En segundo término, debemos asumir que una vez que los saberes comienzan a circular por la red, prácticamente la única barrera que existe para controlar sus uso es la propia conciencia que, por lo demás, cada vez se interroga menos por su origen. En efecto, como usuarios de la Web al momento de referenciar nuestras fuentes comúnmente basta con decir “lo bajé de Internet”.
Sin embargo, debemos reconocer que aunque el conocimiento se distribuye horizontalmente en la Web, propiciando entornos mucho más democráticos, solidarios y participativos, dichas intenciones en nada garantizan que las voluntades individuales en verdad se respeten, sea cual sea el prisma a través del cual se juzgue el consabido “derecho a la propiedad intelectual.”
Como sabemos, actualmente los saberes adquieren valor en la medida en que puedan fácilmente circular y ser “descargados”, hecho que convierte al “copy-paste” en el eventual voto con que los usuarios-consumidores creen legitimar dichas acciones. Para que esto cambie, nuestra cultura y/o nuestras instituciones ( ¿las universidades?,¿la ANFP?, ¿Chiledeportes?) debieran en verdad promover el uso de Internet mucho más como “medio de construcción” que como “herramienta de información”, demostrando así que la creatividad es el único medio para conseguir que la tecnología sea en verdad un medio y no un fin , en vez de seguir con la moda de un automatismo vacío y utilitarista, mucho más propicio para forjar plagiadores sesodependientes que auténticos savants.

1 Lyotard, JF, La condición posmoderna, 1979

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